La vuelta al mundo en una moto acuática.
Algo tan típicamente moderno como la lectura del periódico, esa rutina diaria de desayunarte la actualidad –siempre tan rabiosa–, ese gesto cotidiano de leer el mundo, de estar al tanto, hoy realizada mayoritariamente en y a través de la pantalla, se ha convertido, se está convirtiendo cada vez más, en un perpetuo ejercicio de extrañeza. Todos los medios de comunicación, con sus ediciones digitales que se renuevan incesantemente, nos ofrecen la posibilidad de navegar por mares de información, pero esa misma posibilidad, esa misma promesa impide que podamos sumergirnos a fondo en una sola noticia. Así lo define Nicholas Carr: “En el pasado fui un buzo en un mar de palabras. Ahora me deslizo por la superficie como un tipo sobre una moto acuática.”

Mikel Telleria también se desliza con una moto acuática, como todos, pero la suya es una navegación que guarda y archiva todos sus clicks, todos y cada uno de los titulares de prensa que encuentra a su paso, sean chocantes, banales, frívolos, graves, cómicos o inquietantes. Sus titulares, extraídos en base a su conciencia política, sus intuiciones e intereses personales, son el testimonio de su navegación, su particular cuaderno de bitácora, pero como le ocurría a Pulgarcito, no sirven para encontrar el camino de vuelta a casa, pues no hay Ítaca a la que volver, como diría Horacio Potel, no hay puerto de origen ni puerto de destino, sino un eterno navegar errante sin principio ni fin. Esos titulares, que el artista reúne y presenta como si de un poema dadaísta se tratara, esos restos del humano naufragio diario, son, más bien, el testimonio de un titánico esfuerzo por hacerse a la mar y navegar aun a sabiendas de no poder llegar a buen puerto.

En este inmenso mar de información, todo se iguala inexorablemente. Los titulares se parecen unos a otros, las noticias aparecen repetidas, los diseños son idénticos; el significante se vuelve tan visible en la superficie del agua que, bajo la potencia de la moto acuática, el acontecimiento, cualquier acontecimiento, se vuelve insignificante. La importancia de cada acontecimiento se diluye en la inmensidad de un archivo renovado sin descanso. Un apabullante archivo omnívoro que, al mismo tiempo, es nuestro único tesoro, nuestro bien más preciado, pues es testigo y da testimonio de nuestro paso por el mundo, de nuestra vuelta al mundo de cada día.

Xabier Gantzarain.